lunes, 15 de marzo de 2010

I

Pensé en llamarte y no dejarte dormir. Estar emocionado siempre ha sido una debilidad. Recuerdo la primera ocasión, aquél día me sudaban las manos, casi siempre acostumbro temblar, morderme las uñas y estirar los pies, sentir que la sangre fluye cuando me pongo de cabeza y el cabello me cubre la nariz. Comienza una picazón y no dejo de frotarme los pies, trato de tararear una canción que nunca he aprendido o comienzo a recitar algún texto con voces que me gustaría tener.

Revisaba mis uñas que están pegadísimas las cuales he querido dejar un poco largas, he de confesar que a veces me da mucha comezón los brazos. Me gusta pensar que te agrada la sensación de mis dedos en tu espalda, en el interior de tus brazos, en tu piel suave que toco detrás de tu pantalón. En las figuras que formo tomándote con las dos manos el rostro.

Ajusto mis zapatos esperando que salgan proyectados cuando sea necesario, en el momento que nos lanzamos a la cama y no golpeen a tus gatos porque siempre perdemos unos minutos tratando de que salgan debajo de la cama. Se esfuerzan en hacerme sufrir, en ajustarme el pantalón para que no mires la tremenda erección que me está comiendo de la vergüenza, sé que te gusta mirarme pero me da tanta pena que pienses que soy demasiado fácil de excitar.

Amarro mi cabello para no picarte cuando esté encima de ti, cuando quiera acercarme a besarte y de repente se enfanguen en tus labios o cuando tú estés encima de mí hagas que me duelan hasta las orejas del tremendo jalón que me provocarás. Pienso que mojado se verá bien y que cuando lo acaricias termino por vencerme y acabo recostado en tu regazo mirando, muchas veces, tus senos que me pervierten y que adoro porque en ellos duermo, como y vivo. Esa imagen la llevo guardada desde la primera noche. A veces, puedo mirar hasta los pies si acomodo como a 35 grados mi cabeza con dirección a tu brazo que sostiene el libro que apenas alcanzó a leer y que me lees algunas líneas hasta que no escucho más tu voz.

Cierro y abro los ojos probando el aguante de mi memoria a corto plazo porque cuando estamos de frente suspiro e inmediatamente se cierran los malditos y guardo, primero, tus labios, tus dientes, tu cabello que apenas si toca mis hombros y al final, de nuevo, esos ojos que hipnotizan, que me dejan amarte con devoción, que me dicen qué hacer y a dónde ir. Ellos me hacen recitarte los poemas más extraños de amor y escribirte mensajes desmadrugados.

Enciendo el Ipod en nuestra canción preferida, subo el volumen para no escuchar mi voz mientras la canto e imagino mis manos dirigiendo las palabras una por una, las invoco en tus labios de la misma forma en que la deletreo entre tus piernas. El reloj suena lejos, nunca he usado uno cerca de mis manos, no quiero saber el tiempo que tardo en recorrerte de pies a cabeza.

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