lunes, 15 de marzo de 2010

114


Sustituí las manecillas y el contador del reloj por mis labios. Aprendí de memoria y, casi exactamente, cuántos besos debía  darte entre el dedo meñique hasta tu rodilla, conté el primer día 13 pero recuerda que estaba temblando y, tal vez, los 15 que conté el segundo día no eran un error. Para llegar de la rodilla hasta tu entrepierna conté diez, ahí me detuve como cincuenta besos,  veinticinco veces deletreé tu nombre y quince mordidas para no olvidar el siguiente número.
Para llegar de tu cuerpo incendiario hasta tus pechos conté doce besos exactamente y dos mordidas, una cuando pasaba por tu ombligo y otra, exactamente, antes de llegar al lugar de donde comí, bebí y viví tres noches seguidas.
El siguiente paso es difícil de recordar, aunque la cercanía me hace pensar que eran como cinco besos siempre me regresaba doce para llegar de nuevo al centro del mundo pero en eso sentía algo que ardía entre nosotros, contaba de nuevo los doce besos más los cuatro hacia tu boca y me quedaba como trescientos ahí, entre mordidas arrebatadas de pasión y de lujuria, de contactos y frotamientos, me perdía entre tus ojos, entre tu cabello y el mío que se mezclaban creando una sábana de seda que no tardaba en deslizarla entre mis dedos.
De tu boca a la frente me tardaba como siete besos, una nalgada y tres pellizcos mientras las campanas sonaban, los vecinos gringos (pinches gritones), los violines, las canciones de Calamaro y el soundtrack de mi corazón sonaban cerquita de tus pechos.
Fuimos unos valientes, ardían nuestros labios, nos dolían, sudábamos y dormíamos pocas horas imaginando los días-tardes-noches en la cama. Mi cabeza se averió, dices que no es tu culpa, yo digo que es totalmente. Olvidé recordar el total: las fracciones, las variantes  y los cambios. Si era de tu espalda hasta las piernas, si era de tus nalgas a la punta de los pies o si era de tu cuello hasta la mitad de tu espalda que me encantó morder. Ahora más que números miro mis labios rojísimos por tus besos, por tu labial que no duraba nada culpa a esos gestillos mágicos que combinaban con tus ojos y tus manos que se movían entre mis piernas, entre mi cabello y entre mi corazón.
Me quedó un papel con el número, 114 decía la llave que guardaba ansiosa la puerta que escondió nuestro deseo que nos tiene muertos y que repetiremos muy pronto.

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